Último posteo de una historia que no dejaré nunca de recordar, momentos increíbles que viví, sentí y vi. Aunque alguien que lo vivió y no lo vio, tampoco lo olvidará. Miguel Manríquez corrió los 100 km de El Cruce Columbia sin ver, ni las montañas, ni los lagos, ni la nieve, ni el cielo cristalino que acompañó cada etapa, ni los pasos de su guía, Cristian Barreiro. “Lo más complicado fueron las piedras de la primera etapa, eran tantas que Cristian no podía avisarme”, me cuenta Miguel sin ningún dramatismo “pero en realidad me encantó la carrera y llegar en la mitad del pelotón me pone muy contento y agradecido a Cristian por llevarme sin lastimarme casi y poder ir por donde todos ven”.
No te pierdas la historia de Miguel y como empezó a correr una vez que quedó a oscuras en la primera nota de este blog. Mientras quiero que descubramos juntos, cómo hace Miguel para disfrutar de los paisajes impactantes que nos regaló el circuito sobre la cordillera de los Andes. Mientras corren, Miguel y Cristian, van hablando constantemente, pero las indicaciones son: levantá, levantá (porque viene una piedra), guarda una rama arriba (para que baje la cabeza), seguimos con 100 metros de llano (para que corra más libre). “Hay muchas cosas simples que nosotros esquivamos”, me explica Cristian, su liebre durante los tres días carrera y cada semana del año, “pero a él si no le avisás, se las choca”.
Aunque cuando llegan a un lugar de esos que desbordan los ojos y te dejan sin palabras, Cristian hace todo lo posible por darle luz. “Mientras corremos no le puedo contar más que lo necesario, pero a veces vale la pena parar un minuto y que no se lo pierda”, me dice Cristian. Miguel me explica que mientras corre le cuesta recordar lugares, pero cuando llegaron a la cima del cerro Chapelco, ya en la tercera etapa y con 80 km corriedos, ambos pararon.
“Esperá Miguel”, lo detiene Cristian “acá adelante tenemos un plano grande, serán unos 400m, el cielo está muy celeste, por delante hay todo un campo de piedras, luego viene un bosque en el valle y a lo lejos se ve la ciudad de San Martín de los Andes con el lago Lacar detrás”, eso le relata y eso “ve” Miguel luego de dieciocho horas durante tres días corriendo a oscuras.
Una dupla brasilera se encuentra con ellos y se suman, en portuñol, a describirle al paisaje a Miguel. Todos intentan ver por él y Miguel disfruta de quizás el paisaje más hermoso de toda la carrera. Pero la competencia aún continúa, queda todo el descenso hasta la ciudad y hay muchas bajadas por correr. “A mitad de camino llegamos a una pendiente muy empinada, realmente estaba brava”, me cuenta Cristian en su relato de guía, “Miguel se patinaba mucho y me dice “estos son los momentos en los que digo, por qué no veré aunque sea un poquito” y yo le contesto, “creo que si veías algo no pasabas, porque daba un poco de miedo”.
Sin embargo, pasaron las bajadas, las patinadas, los miedos y alcanzaron a la plaza principal de San Martín de los Andes. Tenían por delante el arco de llegada, pero primero atravesaron un túnel de gente que los aplaudimos con admiración, realmente fue un momento fuerte ver llegar a ese hombre que había corrido 100 kilómetros, por algunos lugares que me constaba eran extremadamente difíciles y que ahora saboreaba el sonido de los aplausos, dibujaba una gran sonrisa y enfilaba rumbo a un imponente arco de llegada, que no podía ver.
Termina El Cruce Columbia 2019, una edición donde todo, lo que se vio y lo que no se vio, funcionó a la perfección, hasta el clima. Yo me llevo un libro de cien blogs como este lleno de recuerdos, algunos los conté acá, otros me dejaron sin palabras. Lo que sí puedo decir, es que esta carrera es como tirarse en paracaídas, enamorarse o emborracharse: una experiencia que hay que vivir, al menos una vez en la vida. También podés plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Pero creeme, a eso sumale 100 kilómetros en la montaña durante tres días conviviendo con miles de personas y vas a ver cosas que nunca antes viste.
“Antes andaba siempre demasiado apurado”, me cuenta ahora Miguel, y entendemos cuando es antes, “dejaba a la gente que me rodeaba para después, siempre era para más adelante, tenía el objetivo de terminar mi casa, de mejorar económicamente y me parecía que todo podía esperar para después”.
“Por ejemplo, una vez pasé cerca del mar y no lo conocí, porque estaba sin tiempo. Recién volví hace unos años, cuando ya estaba ciego”. Miguel no me lo cuenta con pena, ni como dando una lección de vida, de hecho, tengo que indagar para llegar a que explique en detalle, que es lo que ahora ve. “Lo mismo con el crecimiento de los hijos, si crecen tan rápido que no los podés ver, para cuando estén grandes ya va a ser tarde, aunque vos sí los veas”.
Jorge Iacobaccio eligió El Cruce Columbia para correr su carrera 800 (sí, ochocientas, muchísimas), largando en pareja con Lenka Mrázek, su compañera en competencia y en la vida. Llegaban preparados como nunca, Lenka venía ganando casi todo lo que largaba y el año pasado habían culminado en dupla mixta segundos. “Pero el que corrió este año no era yo, fui al 50%, pensé en abandonar mil veces”, me cuenta “Iaco” y supongo que se descompuso, se lesionó, se cansó, pero no, su físico estaba perfecto, lo que pasó fue peor.
“No podía correr, realmente, decí que Lenka es una animal, me sacó la mochila, se la colgó ella y en cada subida se ponía detrás y me empujaba, una locura!”. Fue una tortura cada etapa hasta que llegaron a la tercera, 14 kilómetros continuos de ascenso hasta que pisaron la cima del cerro Chapelco. Ahí Jorge llegó al límite, todo lo que venía acumulando hace diez días adentro explotó y por fin pudo llorar.
Mucho, lloró mucho y largó todo lo que tenía adentro, la montaña de angustia que había cargado cada etapa. Diez días antes a Lenka le daban unos estudios: tiene cáncer de mama. “Yo estoy re enamorado de ella. Imagínate, fue una bomba para mí, se me vino el mundo abajo”.
Jorge me confiesa que el impacto fue tan fuerte que en su momento no pudo llorar, que se le atragantó algo adentro y no podía sacarlo. “Yo siempre voy para adelante, me gusta ganar, el Cruce lo corrí 10 veces. Pero esta vez, sin ella, no hubiese completado ni una etapa”. Fue Lenka la que se empecinó en que esta carrera se terminaba o se terminaba. Nadie más que ellos lo sabían, no querían preocupar a nadie, para poder correr sin que el diagnostico sea el tema de conversación de su entorno. Jorge tiene más de 60 alumnos, dentro de los cuales está Lenka. “Mientras me empujaba en la carrera le preguntaba, ¿por qué me querés tanto, por qué hacés tanto esfuerzo para que no abandone?”, me cuenta “Iaco” “ella tiene un corazón inmenso, es una checa hermosa”.
Y no fue un error de tipeo, es checa, nació del otro lado del atlántico y el destino la trajo a correr junto a Jorge. “Él es muy positivo, muy risueño, su verdadera pasión además de correr, es entrenar corredores, ayudarlos a superarse”, lo describe Lenka “le gusta crear momentos divertidos, pero por sobre todo es una persona muy buena y muy sensible”.
Volvemos a la cima del cerro Chapelco para terminar la carrera. Jorge lloró todo lo que tenía que llorar, rodeado de las nieves eternas y con la vista de San Martín de los Andes de fondo. Ahora sí, más liviano, se lanzaron hacía abajo rumbo a la meta final, “bajamos como animalitos”, describe “Iaco”, ya estaba liviano, ya volvía a ser el corredor de las 800 carreras, ya podía lanzarse junto a Lenka a enfrentar lo que venga: una cortada, un sendero, una barranca, una montaña, una operación.
“Ni bien llegamos a Buenos Aires nos dan la fecha de la operación”, cuenta Jorge. “No quiero esperar nada”, agrega Lenka, aunque quizás pase su cumpleaños número 40 en el quirófano, quiere terminar esa carrera, “su carrera personal”, lo más rápido posible. “Ahora que lo saqué de adentro estoy mejor”, se suma Jorge y Lenka ya le marca que carreras van a correr el año que viene juntos. “Yo ya tengo ganas de volver a El Cruce Columbia 2020, no sé qué número de carrera será para mí, pero sé que va a ser con ella”.
El día después de terminar El Cruce Columbia no puedo dejar de pensar todo lo que viví, lo intensamente rápido que se pasan desde que salimos delcorazón de San Martín de los Andes rumbo a la base el volcán Lanín hasta que entramos corriendo a la ciudad 55 horas después, siendo otros. Pero antes que seguir contando lo que viví, hoy les quiero contar lo que aprendí, siguiendo los pasos durante muchos kilómetros de un múltiple campeón, Nelson Ortega. Quien corrió todas las ediciones desde el 2008 y ganó en dupla (cuando aún existía la categoría individual, o sea todos los buenos iban a dupla), junto a Gustavo Reyes, las ediciones 2010, 2011 y 2012. Es decir, algo tiene para enseñarnos, vamos a eso.
No importa cuántas veces hayas ganado, cuántas ediciones hayas corrido, lo único que nos salvó de no perder definitivamente la etapa, y quedar fuerade carrera, fue volver a la última cinta. Aunque haya estado medio kilómetromás atrás, aunque perdimos un montón de minutos, si no se ve la siguiente cinta durante más de cien metros, volvé a la anterior. No es una carrera de calle, no hay cordones y veredas que enmarquen el camino. Se corre en la montaña y saber dirigir los pasos es parte de la aventura. Ahora sí, segundagran lección: fabricate los bastones.
Ya en el segundo campamento, mientras charlábamos de la última etapa que se aproximaba, Nelson ya había estudiado la altimetría del circuito. Yo nila había visto, si total para mí es como leer ruso. El tema es que me dijo: “mañana agarrate dos bastones”. No me animé a preguntar de dónde agarrarlos. Pero a poco de largar y con 14 km de ascenso continuo por delante, Nelson agarró dos cañas del piso y yo para esa altura había aprendido a copiar todo. Caminando o corriendo suave, cada vez me iba acostumbrando más y ayudando mejor con esos bastones que tomamos prestados de la madre naturaleza. Y lo mejor de todo, llegar a la cima, ver una postal increíble, impresionante, inolvidable de la cordillera, y antes de empezar a descender rumbo a la meta, tirar los bastones a la mierda. Ahorasí, tercera gran lección: hacete una escalera en la nieve.
En ese mismo ascenso, cuando tocaba las regiones de nieve, mientras seguía pegado detrás de él, me dice: “metele el puntazo adentro de la nieve, así se clava el pie”. Estaba muy empinado y yo venía patinando comoteléfono de carnicero. Fue empezar a pegarle un poco más de puntín al manto blanco y todo se solucionó. No te digo que subí como Sergio Pereyra (el ganador que nos sacó casi una hora), pero seguro que iba más cómodo. Ahora sí, cuarta gran lección, también viene con nieve, pero hay que usarla con cuidado.
Un par de veces vi que tocaba la nieve, hasta que le pregunto. ¿La tomás? Sí, me contesta, un poquito, para refrescarte, pero no le metas mucho porque sino te hace doler el estómago. Ya llevábamos dos horas de ascenso,el sol cristalino de las once la mañana nos mordía en la nuca y un poco de nieve eterna por dentro fue una caricia al cuerpo. Ahora sí, quinta gran lección: correr, siempre, siempre que se pueda, correr.
No importa si llevás cinco kilómetros ininterrumpidos ascendiendo con caminata asistida, cada vez que tuvo tres pasos posibles para correr, Nelson corrió. Levantaba los bastones y despegaba las piernas del piso para ganar segundos, que formarían minutos, que irían abriendo la brecha con la gran mayoría de los corredores. Fueron cinco lecciones, pero falta la más importante.
“Lo mejor de El Cruce Columbia es que siempre te va a sorprender”, me terminó contando después de cruzar el arco de llegada “aún con 12 ediciones corridas, para mí siempre es como la primera vez. Lo que vivís en los campamentos, la gente que conocés, eso me hace volver cada año. En mi vida El Cruce Columbia fue un antes y un después”. Relata con la emoción de un debutante el Sargento Ayudante del Regimiento 216 del Ejército Argentino, Nelson Ortega. Un corredor que aprendió a ganar en cada edición, más allá del puesto.
Recién hoy conseguí permiso para contarles la anécdota que tengo guardada desde hace dos días, pero para eso tuve que trepar 12 kilómetros a ritmo de un múltiple ganador de El Cruce Columbia. Fue así, luego de ascender por campo, bosque, piedras y nieve, pegado a los talones de Nelson Ortega (ganador en dupla con Gustavo Reyes, una pila de veces), cuando la cúspide final se veía cerca y yo enterraba mis pasos en el manto blanco, me dice: “Che, anoche leí tu blog y no contaste la anécdota del meo”.
“No, contala, contala, para que vean que somos humanos”.
“Bueno, la verdad no me animé Nelson”, contesté con el ínfimo oxígeno extra que me quedaba a casi 2000 metros sobre el nivel del mar luego de dos horas de carrera. “Pensé que quizás te podía molestar”. Así que la cuento.
En mi primera etapa, me pegué unos cuántos kilómetros detrás de Nelson (podés leer algunos detalles más y como terminamos perdidos dos notas más atrás en este blog), el tema es que venía detrás de él y en una curva dentro de un bosque se para, me hace señas y me dice: “pasá, pasá”. Veo que va a orinar y le digo, “dale, yo también aprovecho”. Me detengo, me dispongo a contestar al llamado fisiológico y veo que Nelson sale corriendo, con las piernas abiertas como un cowboy y sin detener la eyección del líquido ambar. ¡Sí, donde me paré, salió corriendo para dejarme atrás sin dejar de mear!
No me dio para semejante destreza, así que tuve que tomarme mi tiempo parado y luego poner todo para volver a conectarlo, el resto ya quedó escrito. Ahora sí vamos al momento eufórico de mi carrera, cuando crucé el arco y terminé los 100 maravillosos kilómetros repletos de vivencias y emociones.
Este tercer día fue el mejor para mí, me sentí fuerte los 31 km, logré mi mejor posición 8º pero lo más importante, terminé muy feliz. Pude vencer mi mayor temor, enfrentarme por primera vez a tres días consecutivos de competencia, no poder regular la energía y terminar explotado antes de la meta. Hoy a medida que pasaban los kilómetros sentía que era el día, que iba a salir todo bien. Y salió. Corrí como deseaba y con esa excusa tuve tres días inolvidables mucho más allá de una carrera, fue una experiencia que, créanme, no entraría completa en diez blogs como este. Por lo pronto acá va algo más.
“Fue un golpe muy feo, no podía respirar, la verdad pensé en abandonar”, me cuenta quien arañó el podio de la general, Diego Simón, quedó cuarto y en esa lucha hasta el final por entrar al podio lo llevó al límite. En realidad pasó el límite y se la puso en un descenso contra un árbol. Le llevó varios kilómetros acomodarse pero ya la lucha estaba definida. No entró al podio, pero se vuelve seguro a su Tandil querida de que dejó todo en la cordillera para lograrlo.
Otra que dejó todo, pero para ganar la carrera fue Roxana Flores, lo intentó en los 14 kilómetros continuos de subida del tercer día. La pude ver paso a paso, íbamos los tres con Nelson. De hecho, los cuatro, al principio, con Holly Page. Pero la inglesa pudo continuar trotando donde nosotros tres caminamos, parecía que la afectara otra fuerza de gravedad, menor que al resto.
“No me relajé nunca, la luché hasta el final, hasta que cruzás la meta no se sabe”, contaba Roxana ni bien terminó. Pero Holly demostró porque es una de las mejores del mundo. Roxana también podrá volver a Zapala convencida que dejó todo en la cordillera para lograrlo.
“Bueno, un poquito más y listo que papá está cansado”, le dice Sergio Pereira, el ganador indiscutido de El Cruce Columbia 2019 a su hija Sofía de 2 años y un mes. Sentado en el banco de la plaza San Martín, mientras espera la premiación sienta a Sofía a caballito de tus tobillos y extiende las rodillas una, dos, tres, muchas, muchas veces. Ni siquiera cumple su promesa de un poquito más. Vuelve a extender sus rodillas, las deja rectas, Sofía se acuesta sobre las bronceadas piernas del ganador y Sergio pega su nariz a la su única hija y le dice: “Papá te quiere mucho, mucho, ¿sabías?”.
Muchos dirán que ganó cuando cruzó la meta, otros cuando subió al podio. Yo, que estoy sentado al lado de él en el banco y soy el único en escuchar su confesión, entiendo que ganó todo hace dos años y un mes.
Anoche pensé que hoy no habia blog. O al menos no había crónica de carrera, a la tarde me empezo a doler el tobillo, cada vez mas y terminé en la carpa medica casi sin poder caminar. Me atendieron de maravillas y el diagnóstico fue esguince de tobillo. Un diclofenac me hizo el mismo efecto que si me curaran el empacho así me que inyectaron un corticoides. No pude, literalmente, volver caminando a mi carpa.
No fue una buena noche, pensando en tener que abandonar la carrera cuando había terminado el primer dia 11º y con el cuerpo muy entero (si no incluimos al tobillo derecho). Pero de alguna forma intenté pensar en positivo. No sé si habrá sido eso o el corticoide pero a la mañana al menos podía caminar con un dolor tolerable. El sol pegaba sobre frío sobre sobre el campamento uno y de tanto insistir con la entrada en calor, pude trotar con menos molestia y ya no había excusas, largué a intentar seguir en carrera.
Pero la montaña se hizo presente con una subidas insistentes. Eso no fue lo peor, sino que luego hubo que bajarlas, y les aseguro que bajo peor que Miguel Manriquez (con todo respeto Miguel). Sino sabes de quien hablo, leete la primer nota de este blog y te aseguro que su historia de vida no te será indiferente, incluso arriesgo que los vas a recordar la próxima vez que salgas a trotar. Bueno, el tema es que en la bajada me pasaban como a una garita de peaje en hora pico. No es excusa el tobillo, aunque hubiese estado bueno tenerlo sano, pero de cualquier forma los descensos no son lo mio. Ya sobre el final vino algo de llano para recuperar varias posiciones, pero tampoco se puede hace magia con un solo conejo. Al final terminé un poco más atrás que ayer. Es malo si miro la clasificación, pero la verdad me deja muy contento si miro la noche anterior donde pensaba en que iba a tener que abandonar y estaba triste.
Pero más allá de cualquier tiempo, terminar la carrera y vivir los campamentos es maravillos. Tanto este segundo como el primero están ubicados en rincones bendecidos por la naturaleza. Todo funciona sincronizado, y hasta te esperan con tu bolso en la mano apenas terminas la carrera. Con toda la tarde para compartir, almorcé con Tati Pauluzak (que salió quinto el año pasado y esta es su quinta edición), me contaba con una sonrisa de oreja a oreja. "Hicimos gran parte de la etapa con Dieguito, somos amigos hace más de diez años y es la primera vez que vamos tanto a la par. Lo pude aguantar casi hasta el final, la verdad que me llevaba al limite, jaja". Dieguito es Diego Simon y hoy quedó tercero en el tiempo global, a dos segundos del cuarto. Mañana se juega la vida para ver si gana el podio o es el más rápido de los que no se suben al escenario.
El que larga un poco más cómodo es Sergio Pereyra, que puntea la clasificación con 12 minutos sobre el segundo, Remigio Huaman. Mientras charlabamos todos, Tati le pregunta si había corrido alguna media maratón. "Sí, una sola, el año pasado, la media maratón de Neuquén". Ah, yo tambien la corri, me sumo. "Me acuerdo, obvio", me dice Sergio, "si me pasaste en el km 19…". Y ahi me cayo la ficha, me acordaba de ese final, pero no de que era él. Ahora sí le deseo de todo corazón que mañana gane El Cruce Columbia, ya no me importa que ayer me haya dicho me me pasó hasta su papá (leelo en la nota de ayer). Si mañana Sergio gana, podré decir: pensar que yo le gané.
Aunque para contar la otra parte, hoy me sacó una hora de ventaja y ayer parecido. Diego me lo decía anoche, "Sergio estando a este nivel, es de los mejores del mundo". Competidores que son amigos y luchan a la par, amigos que se admiran a pesar de pelear por cada escalón del podio. Después de la carrera, la vida sigue en el campamento. Más allá de las clasificaciones, todos comparten la pasión de regar con sudor y pasión las montañas, en una aventura de tres días que va a vivir muchos años, probablemente hasta el final, en nuestros recuerdos.
La verdad no sé bien como fue, estábamos entrando en calor para largar la primera etapa con Diego Simón y Tati Pauluzak, la mañana fría, radiante y la expectativa era tan contundente como las montañas. Tati dice “vamos que largan”, yo me encontraba perdido, pero imaginé que era bueno seguirlo y cuando quiero acordar estoy entre los nueve primeros que largamos, ellos dos, Nelson Ortega y el ganador del año pasado: Remigio Huaman. En resumen, toda gente que sabía lo que hacía ahí y yo que no.
Llegamos a la nieve, y qué lindo que yo nunca había corrido en nieve, y me empezaba a deslizar, y sí hasta parecía que había aprendido alto que como hacerlo, que llegué a pensar, ¡qué bien la llevo! Justo en ese momento me fui al piso. Dolió más el orgullo que el golpe y en seguida estaba arriba. No lo sabía, pero aún faltaba otra caída peor. Se acabó la nieve y quedaba la última trepada. Ahí nos pasa Mariano Pereyra, el papá de Sergio. Intento seguirlo y cuando llegamos a lo más alto se me acabó el libreto. ¡Qué malo que soy bajando!
Pereyra se me fue como en bici y Nelson me alcanzó. De nuevo a tratar de seguirlo. Hasta que sería el km 15, ya en llano, cuando nos pasa Roxana Flores que venía como primera dama. Roxana no prestó atención a las cintas, yo menos, y Nelson detrás nuestro tampoco. Al rato pienso, ¿no tendría que haber huellas frescas por dónde vamos? Tampoco veo cintas. Le digo a Roxana, no me da bola, le digo a Nelson. ¡Tenés razón! me dice y ahí se me nubla todo, nos perdimos. Mientras buscamos una cinta por todos lados pienso, ¿cómo me puedo perder con estos dos, que hace mil años que vienen ganando carreras en la montaña?
Nelson intenta encontrar la última cinta, vemos un gaucho a caballo, nos orienta, retomamos, parece que no fue tanto, quizás un kilómetro. Desde ahí no dejaría de ver una sola cinta cómo si de ello dependiese toda mi carrera. Que así era.
Entre árboles y raíces y otra vez me fui al suelo. Esta fue más fea, me asustó más y me convencí de que las patas ya no coordinaban como al inicio. Faltaba poco, fui tranquilo, sobre el final me pasó un peruano como en moto, y yo que iba como en monopatín y con una ruedita pinchada.
Llegué con 3h36, calculo cerca del décimo puesto y contento como una perdiz. Fue mejor de lo que esperaba, quizás porque no esperaba gran cosa.
Tirados en la costa con Sergio Trecaman y Maxi López (que este año fue el mejor argentino en UTMB), me enteré que ellos como dupla masculina llegaron segundos, a dos minutos de Gustavo Reyes y su pareja. Sergio Trecaman conoce algo de El Cruce Columbia, largó la primera edición allá por el 2002 y ya lleva diez corridas.
El campamento sigue, tiene vida propia, y yo espero seguir con vida mañana.
Me fui a la mañana a correr a la pista de atletismo de San Martín de los Andes, y mientras giraba con las montañas de público pensaba que, si en este óvalo pedregoso se formo un atleta dos veces olímpico y récord argentino como Javier Carriqueo, yo no necesito más para mi última movida antes de El Cruce Columbia. Lo que no me imaginaba al volver corriendo al centro de la ciudad es que la iba a encontrar tan distinta…
Es que ya se ven los logos de la carrera en muchas remeras, llegaron los 150 voluntarios, vienen a ayudar a los miles de corredores, y entre ellos hay alguien que ayuda a gente todo el año, puntualmente ayuda a que no se ahoguen en el mar. Sofía Segovia es guardavidas y vino como voluntaria, en nuestros veranos la pueden encontrar en las arenas de Colón, Entre Ríos o en Buenos Aires y en nuestros inviernos podés verla en las playas portuguesas o vigilando el mediterráneo desde la costa española. “Amo esta carrera, su gente, las montañas, los lagos”, me cuenta mientras me pregunto si se ve a animar a zambullirse en un lago, “la corrí en el 2013 y nunca más pude volver”. Ahora volvió y me dice muy segura: “obvio, me voy a meter al lago, se prueba el agua en cualquier lugar”.
Es tanta la gente que comparte todo lo que esto genera. Al lado de Sofía, esperando en el aeropuerto el mismo avión estaba sentado un señor de 61 años, calvo, flaco, me imagino un abuelo que viaja a visitar a su nieto. “Meu objetivo é ganhar a categoria 61 anos acima”, me dice Joao Borges, que vive en Palmas, Brasil y descuento que todos entendemos portuñol. Joao es ingeniero, ha construido edificios de 60 metros de altura y caminos que conectan ciudades, pero ahora está viajando miles y miles de kilómetros para trazar su propio camino en la que será su séptima participación consecutiva en El Cruce Columbia. “É una carreira bonita e dificil. Tenho objetivo de correr pelo menos 10”.
Y repaso mi objetivo. Miro para atrás, este año debuté en maratón, fue en Buenos Aires, hice 2h34m26s, quedé muy contento. Luego de eso, que fue lo más importante de mi año, y para lo cual entrené mucho y competí muy poco, me anoté en cuanta carrera pude. Fue una seguidilla de seis competencias en siete semanas y donde todas terminaron con podios o victorias, pero la verdad, siento que todo eso es muy distinto a lo que tengo por delante. Como la mayoría de las dudas, me las voy a tener que sacar corriendo.
La que me acompañó en el almuerzo y la vi con muchas menos dudas es Holly Page. No sé si la conocen, inglesa, 29 años, rubia y flaca. Y por lo que me contó, si no gana pega en el palo. El año pasado se consagró campeona mundial de SkyRunning. La verdad no sabía de que se trataba, pero según Wiki: “El Skyrunning es un deporte extremo de montaña que corre por encima de los 2.000 metros de altura, las distancias van de 20 a 100 km y donde la inclinación supera el 30%”. Por lo visto es difícil y duro, y la idea es correr cerca del cielo. Holly se pasó el 2018 corriendo esto por el mundo, ganó varias y estuvo siempre entre las mejores. Me empiezo a imaginar una fanática que le dedicó toda la vida a correr cual cabra de montaña. Me equivoqué.
“Estuve acá hace seis, años fue llegué el 3 de enero, me acuerdo claro porque el día anterior era mi cumpleaños, yo estaba recorriendo Sudamérica a dedo. Ese día no me levantó nadie para llegar a San Martín, terminé durmiendo al costado de la ruta, no fue lindo. Al final alcanzar esto fue el paraíso”. Y eso a pesar de que, por ese entonces, cuando Holly llegaba San Martín sufría las cenizas del volcán Puyehue, desde Chile. Por entonces no corría y solo recordaba que de chica en las carreras que las anotaba su papá le ganaban todos. Ahora parece que no le gana nadie y es la gran candidata. Pero mientras también me entero que trabaja para una ONG internacional y puede estar presentando proyectos para nuevos sembrados en el norte de África o recorriendo Nepal. Por eso aún me resuenan en la cabeza las últimas palabras de Holly…
“Creo que hay cosas mucho más importantes en el planeta que correr. Para mi es un hobby, y un lujo, porque me permite viajar por el mundo, conocer gente (habla cuatro idiomas), charlar con ellos, entender como piensan, aprender. Al final a nadie le importa si ganas o no, solo a uno. La mayoría, tiene cuestiones más importantes que el tiempo en recorrer una montaña, por eso en El Cruce Columbia quiero disfrutar”.
Miguel Manríquez está en la fiesta de jardín de su hija Solange, ella tiene dos años y ella dice, “Papá, vamos a hacer la carrera juntos”. Los de su salita están por largar una carrerita de 100 metros. Miguel piensa que se pueden chocar con otros, o tropezarse, o pisar a alguien, y qué van a decir, todos se le van a reír, o peor que no van a decir nada y murmurar, Miguel piensa todo eso, pero a Solange solo le dice “no”. Ella no insiste, se da vuelta y le dice a Antonia, su mamá, “Vamos ma que papá no me quiere acompañar”. En ese momento, en esa frase, Miguel entendió que no podía dejar de ser papá, esposo, amigo, no podía dejar de ser todo eso por haberse quedado ciego.
Y Miguel empezó, primero a caminar, porque al principio no se animaba ni a salir a la calle. “Los miedos que tenía eran todos, no me faltó ninguno. Caminar, comer, vivir, todo en la oscuridad”, me cuenta Miguel “esos primeros días tenía muchas preguntas sobre que iba a ser de mi vida”.
Miguel, yo y otros tantos miles vamos a largar El Cruce Columbia y aunque cada cual con su historia, todos compartimos la misma ansiedad. Por eso estamos charlando y también te lo cuento a vos, para que vayamos descubriendo estas historias juntos.
Cuando Miguel tenía 9 años, tuvo el primer accidente de su vida, perdió un ojo. Hace 16 años se vino a trabajar a San Martín de los Andes, seis años más tarde tuvo el segundo accidente y perdió el otro ojo. “Lo loco es que fueron los únicos dos accidentes que tuve en mi vida”, me dice y pienso que más que loco es una mala suerte terrible. Al final Miguel me convencería que fue todo lo contrario.
“Miguel estaba con los nylon puestos, tiene el cuerpo impecable, sin lesiones, ya que nunca había corrido”, me cuenta ahora Cristian Barrerio, quien será su guía en El Cruce Columbia, “solo le falta ver”. Pero me aclara que, “además de que tiene muchísima cabeza, en todo lo que se propone va para delante”. Ahora en la carrera, van a juntar fondos para Puente de Luz, la ONG que le enseñó a Miguel a caminar sin ver y a la que él apoya desde entonces. Miguel corre a oscuras y Cristian ve por los dos, estos son sus códigos…
“La palabra clave es: levantá! Levantá”, me explica Miguel y eso significa que se viene algún obstáculo, piedra, raíz, pozo, en el sendero. “Igual a veces me caigo”, me confiesa Miguel y yo pienso “¿cómo no se cae siempre?”, me caigo yo, que veo. O al menos eso creía hasta hoy.
Y mientras Miguel y Cristian corrieron hoy su último trote juntos antes de la carrera, fuimos varios los que corrimos cerca del Lacar. Ahí me crucé con Federico Tupone que metía su último trote. “¿Podés creer que hace cuatro años yo vivía en La Plata, pesaba 40 kilos más y me emocionaba viendo videos de El Cruce Columbia?” Me lo dice tan convencido Fede que le creo. “Me recorrí mil nutricionistas, pero lo único que hacía era rebotar de peso”, hasta que empezó a correr, aún vivía en La Plata, y marcaba 130 kilos. “Al principio llegaba a un minuto y tenía que caminar… la verdad volvía triste”. Pero insistió y debutó en la carrera de su amado club, Estudiantes de La Plata, hizo 11km. “Ese día me sentí tan orgulloso de mi mismo, no sabés cuanto tiempo hacía que no sentía eso. Ahora esta no será una carrera más, sino el broche a todo, culminar una etapa de esfuerzo y de volver a creer en mí”.
“Quedar ciego te cambia todo, ahora veo las cosas totalmente distintas, me tomo los tiempos que necesito, te das cuenta de un montón de cosas que te pasaban por al lado y no disfrutabas, ahora disfruto más de la vida, es medio loco, pero te diría que te la cambia para bien, tenés que llegar a este extremo para darte cuenta todo lo que te perdés con ver”.